lunes, 9 de febrero de 2009

Una Idea de Europa.


Me gustaría compartir con vosotros la introducción a un libro que me encantado y que os recomiendo, "Una Idea de Europa" de George Steiner; escrita por Mario Vargas Llosa, quien no necesita presentación. Este fragmento es una especie de resumen que he elaborado después de leerlo dos veces, siguiendo el consejo de Roberto de releer para comprender mejor, y que describe de los que somos capaces los europeos, tanto para bien como para mal. También se resalta la influencia de nuestra larga Historia en comparación con el "Nuevo Mundo" que es relativamente joven. Espero que os guste:

¿Es posible resumir en un puñado de instituciones, ideas, tradiciones y costumbres lo que es Europa? George Steiner piensa que [...] Europa es ante todo un café repleto de gentes y palabras, donde se escribe poesía, conspira, filosofa y practica la civilizada tertulia, ese café que de Madrid a Viena, de San Petersburgo a París, de Berlín a Roma y de Praga a Lisboa es inseparable de las grandes empresas culturales, artísticas y políticas del Occidente, en cuyas mesas de madera y paredes tiznadas de humo nacieron todos los grandes sistemas filosóficos, los experimentos formales, las revoluciones ideológicas y estéticas [...].

La segunda seña de identidad europea es [...]: el paisaje caminable, la geografía hecha a la medida de los pies. Ese paisaje civilizado lo es porque, aquí, la naturaleza nunca aplastó al ser humano, siempre se plegó a sus necesidades y aptitudes, nunca dificultó ni paralizó el progreso. En vez de candentes desiertos como el Sáhara, o selvas jeroglíficas como la Amazonia, o heladas llanuras estériles como las de Alaska, en Europa el medio ambiente fue el amigo del hombre: facilitó su sustento, la comunicación entre pueblos y culturas diferentes y aguzó su sensibilidad y su imaginación. Los europeos se entremataban [...], pero el paisaje no tendía a aislarlos sino a acercarlos.

El tercer rasgo compartido es el de poner a las calles y a las plazas el nombre de los grandes estadistas, científicos, artistas y escritores del pasado, algo inconcebible en América, donde las avenidas se suelen designar por números y las calles por letras y a veces nombres de árboles y plantas. Sólo en Europa ocurre, como en Dublín, que en las estaciones de autobuses se instruya a los viajeros sobre las casas de los poetas de la vecindad. Esto, dice, no es casual: se explica por la abrumadora presencia que el pasado tiene en la vida europea del presente, en tanto que en América se prefiere mirar al futuro que a los tiempos idos. En Europa, lo viejo y gastado por los siglos es un valor, algo que da solera y belleza, en tanto que en América es un estorbo, porque toda la vida está proyectada hacia delante. Europa es el lugar de la memoria y América el de las visiones y utopías futuristas.

La cuarta credencial compartida por los pueblos de Europa, [...], es descender simultáneamente de Atenas y Jerusalén, es decir de la razón y de la fe, de la tradición que humanizó la vida, hizo posible la coexistencia social, desembocó en la democracia y la sociedad laica, y la que produjo los místicos, la espiritualidad y la santidad, y, también, la censura y el dogma [...]. Esta doble tradición, helena y judía [...] es el sustrato de la enorme tensión que, a la vez que precipitaba a Europa en guerras y atrocidades monstruosas que devastaban el continente y causaban millones de muertos, iba impulsando la civilización, es decir, las nociones de tolerancia y coexistencia, los derechos humanos, la fiscalización de los gobiernos, el respeto hacia las minorías religiosas, étnicas o sexuales, la soberanía individual y el desarrollo económico. El europeo está condenado, por el peso de esta doble tradición, a vivir intentando sin tregua casar a estos dos rivales que se disputan su existencia y fundan dos modelos sociales enemigos: "la ciudad de Sócrates y la de Isaías".

La quinta seña de identidad europea es la más inquietante de todas. Europa, dice Steiner, siempre ha creído que perecerá, que, luego de alcanzar un cierto apogeo, sobrevendrá su ruina y final. Mucho antes de que Valery hablara de la "mortalidad de las civilizaciones" y Spengler profetizara "la decadencia de Occidente" esta convicción escatológica impregnada de fatalismo se insinuaba en las filosofías y las religiones [...]. ¿Cómo rechazar esta fatídica premonición que ha rondado a Europa a lo largo de toda su peripecia vital, se pregunta Steiner, luego de lo ocurrido en el siglo veinte? Y recuerda que, entre 1914 y 1945, de Madrid al Volga y del ártico a Sicilia unos cien millones de seres humanos –niños, ancianos, mujeres- perecieron por obra de la guerra, las hambrunas, la deportación, las limpiezas étnicas y la "bestialidades indescriptibles de Auschwitz o el Gulag".

Publicado por Luís Rodrigo

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